lunes, 5 de mayo de 2008

un rollo "perdido" del genocidio americano






El seis y nueve de agosto de 1945, a las 8:15, el bombardero B-29, Enola Gay, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a little boy, nombre en clave de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de un resplandor que iluminó el cielo. En minutos, una columna de humo color gris-morado impregnó la ciudad bajo un corazón de fuego, a una temperatura aproximada de 4000º C. Dos cientos mil personas perecieron abrasadas en Hiroshima y Nagasaki.
Pero todo empezó unos meses antes, en otras ciudades japonesas...

Trescientos treinta y cuatro B-29 cargados de Napalm, dejaron caer 8.250 bombas de 250 kg. Estallaban a 150 m de altura y proyectaban a su vez 50 bombas de 3 kg cargadas de napalm. La ciudad quedó convertida en una enorme antorcha entre la cual, las personas que no habían quedado abrasadas por el primer efecto del napalm, buscaban refugio contra las llamas que hicieron que en la zona atacada la temperatura alcanzase los 800ºC.

A la mañana siguiente, en las calles yacían los que habían muerto asfixiados. Los incendios agotaron el oxígeno del aire, en los puentes de los ríos los de aquellos que fueron arrollados por la avalancha humana que huía del fuego intentando encontrar refugio en los ríos. El agua de las acequias, albercas y piscinas se había evaporado y su fondo se encontraba cubierto por los cadáveres de los que se habían refugiado en ellas. Únicamente el cauce central de los ríos fue un refugio seguro.
Más de 100.000 personas murieron y 40.000 resultaron heridas de consideración.